jueves, 14 de abril de 2011

Crucifixión...

Habría muerto mil veces al ver que nos hemos convertido en repugnantes animales que no soportan su ausencia, que se transforman en aves de rapiña al ver la desgracia ajena.

Moriría por segunda vez al ver a sus hijos vivir en las calles, pidiendo dinero para almorzar y el resto del día sentados en el parque escribiendo poesía acerca de familias utópicas, lugares imaginarios donde existen retratos de familias sonrientes y felices.

Moriría por tercera vez al ver a sus hijos prostituirse en las calles de la zona viva, no por dinero sino por el placer que les produce la no represión de su sexualidad, que desde la infancia se confundió en la ropa de mujer y los zapatos altos de tacón.

Moriría por cuarta vez al ver a sus hijos sentados en la mesa de la soledad, comiendo de los majares del orgullo y la arrogancia.

Moriría por quinta vez al ver al su pareja buscando llenar su ausencia con el alcohol y las drogas sobre los pechos y virilidad de la lujuria.

Moriría por sexta vez al ver su hogar o lo que queda de el, calléndose poco a poco ya que sus agrietadas paredes han guardado la humedad de la enfermedad, el engaño y la escasés.
Moriría por séptima vez al ver que los sueños de quienes amó en vida, ahora sufren por su ausencia.

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